Para algunos de nosotros el alma existe y merece mucha atención. Para otros, como no da rentas, mejor olvidarla. Pero todos tenemos una y cuidarla o no trae consecuencias.
¿Qué es el alma? Pues dicen que es algo que reside en nosotros o de lo que formamos parte – o sea, que residimos en ella – y que contiene nuestro ser verdadero, aquel con una misión en esta vida, imperturbable, fuerte y poderoso, lleno de sabiduría y control y de compasión por nuestros semejantes. El alma pertenece al ámbito de lo intelectivo, lo sensitivo y lo emotivo sin ser inteligencia, sentimiento ni emoción pues apenas se mueve: observa y toma nota; aprende, en todo caso. El alma conmueve y reconoce a sus congéneres y los ama. Alma y corazón van de la mano aunque parece que el alma es todavía más liviana, más serena e inmortal, mientras el corazón, por su inmediatez con la existencia terrena, se mancha, sufre, se cierra o se abre, según sus vivencias, que para el alma transcurren sin juicio de valor ni perjuicio propio. En resumen, el alma vino y se irá un poco más sabia, o más infantil, cuando termine de pasear su cuerpo por aquí. Volverá al lugar de donde vino; establecerá un balance de ganancias y pérdidas; comentará con sus amigas las enseñanzas, y seguirá madurando.
A mí, como no he tenido ninguna experiencia clara respecto de la inmortalidad ni la reencarnación, me cuesta hablar del alma en esos términos. Prefiero referirme a ella desde lo que he experimentado: como el ser dentro de nuestro ser, de donde salimos, donde estuvimos en la infancia y hacia donde deberíamos dirigirnos, si no queremos perder la gran oportunidad, que se nos dio al nacer, de cumplir con nuestros sueños y deberes de crear felicidad en nosotros y a nuestro alrededor. El alma es nuestra misión.
Se manifiesta en esos momentos cuando algo o alguien enciende un fuego interno, una turbación placentera que nos dice “ese soy yo y mi propósito”. A mí me pasa cuando oigo música de rock en un espacio abierto. Entonces vibra mi espina dorsal y sueño con cantar y tocar delante del público. Todo se llena de belleza y cierta melancolía y me digo que, quizá algún día, ese sueño se realizará y, entonces, todo cobrará sentido. Mientras tanto, intento llenar mis días con pequeñas aportaciones a mi alma para que, cuando me pase factura, encuentre más en el haber que en el deber y para que, si llega el gran momento, me encuentre preparado, como si nada. Cada cual debe tener su instante de la verdad, o una intuición que le guíe. Mientras se es joven nos permitimos ignorarla pero, a medida que envejecemos, nos llama más y más, y entonces respondemos con esperanza o con frustración, plenamente conscientes de lo que nos dice, de las veces que la desdeñamos y de que nadie la puede hacer callar.