El Efecto Galileo o la mediocridad aparente
Fuente: http://www.ruizhealytimes.com/

La cuestión en el tema presente, sin ser mesiánico, sería: ¿la dirigencia española está siendo dominada por “mediocres convencidos” o nos sorprenderán “mediocres aparentes” que decidan finalmente dejar de serlo? Las figuras que han pasado por el escenario de la dirigencia asociativa, político partidaria o en la estructura de las organizaciones, a juzgar por los notorios fracasos obtenidos o por la presunta rapiña que se detalla en los procesos por corrupción o estafas, no hacen otra cosa que confirmarlo. La curiosa pertinencia de habilidades en la gestión de los integrantes de los equipos ministeriales, tanto de este gobierno como del anterior, deja bastante que desear. La deuda que nos han endosado lo confirma. De todas maneras, si se valoran los resultados de su desempeño, la voluntad de proseguir en la primera fila de la política, pese a ellos y con el aplauso de sus afiliados, supone una validación de la premiación de los mediocres.

En el mes de julio del año 2004, en una ponencia impartida por quien firma este artículo, durante un curso de verano organizado por la Universidad de Santiago de Compostela, dedicado al análisis del acoso moral en el trabajo, formulé el Efecto Galileo. Se trata de la base de un ensayo en proceso de elaboración. En el mismo sostengo que las organizaciones tienden a “mediocrizar” a las personas que las conforman. La “normalidad” es mediocre. Todos los sistemas y subsistemas sociales, están concebidos para mediocrizar a los individuos.

Por ello, aquellas personas que, dentro de las mismas, no lo son, sobreviven convirtiéndose en “mediocres aparentes”. Dada esta condición, si estos pseudo-mediocres permanecen durante mucho tiempo en esa fase, seguramente terminarán convirtiéndose en “mediocres convencidos”. Si lo superan, si se liberan de las barreras que les han impuesto, se convierten en “agentes de transformación”. Disponemos de suficientes ejemplos en los cuadros dirigentes a lo largo y ancho de nuestro mundo y de nuestra historia para apreciar ambos estados.

Invito a los lectores a que repasen los éxitos obtenidos por buena parte de los ministros en sus carreras. Quiebras. Corrupción sospechada. Cuestionamientos en la gestión de organismos internacionales. Imputaciones. Inclusive, beneficios otorgados por la injusta figura del indulto indiscriminado. Por no hablar de la cualificación rampante de varios de ellos. Un requisito pareciera haber sido común: el provenir de los grupos económicos que se han beneficiado de estas condiciones de capitalismo salvaje y de haber adquirido un protagonismo creciente en forma de injerencia en los niveles políticos e institucionales. Los ciudadanos observan atónitos como las decisiones responden a la picardía de recompensar a los grupos afines más allá de la custodia del interés común. En todos los ámbitos de la gestión pública se atienden más las compensaciones de los generosos donantes empresariales, que al fin noble de la política: el resolver los problemas de la ciudadanía.

Las organizaciones, de todo tipo, procuran que sus integrantes respondan a los lineamientos de lo previsible. A la dirección a la que benefician, más que a los simpatizantes, asociados o afiliados que les dan realidad. Los transgresores deben “aparentar mediocridad” para sobrevivir dentro del aparato. Acabamos de ver ejemplos nítidos en los últimos eventos del proceso de investidura. Las cualificaciones de estos “funcionarios de partido” son francamente mediocres. Los aparatos partidarios mediocrizan. Eso explica que haya figuras sin cualificación suficiente para desempeñar funciones para las que son designados… y protegidos con ulterioridad.

Por ello no se modifica la Ley Electoral. Las listas cerradas sólo premian a los que son “sumisos a la dirección”. Mediocridad aparente. Actuar en rebeldía. Demostrar que se puede ser capaz de proponer un cambio y actuar en contra de la voluntad de la dirección, puede ejemplificarse en el episodio de Josep Borrell y su victoria en las primarias. En aquella ocasión no llevó a cabo su “toma del control” como debió. El domingo 12 de marzo de 2000, el PP gana con mayoría absoluta a la candidatura de Almunia. Borrell le hubiese evitado a España esa legislatura de Aznar, el amigo de Montoro, y su ministro Rato, padre del modelo “inmobiliario”. La cuna de esta crisis. Dejemos de lado si Borrell se ha mediocrizado o no.

La escasa recuperación que vende el Gobierno se convierte además en un suspenso directo a la gestión. Poco resultado para semejante descalabro en las reglas de convivencia entre españoles. El indicador del fracaso de la gestión Rajoy se centra en la siguiente consecuencia: los españoles a través de sus impuestos y recortes, sólo alcanzamos a pagar con dificultades crecientes los intereses de una deuda provocada por los errores de los gestores financieros. Esta situación, aún con la prima de riesgo en niveles bajistas.

Rajoy no ha emprendido ni una sola reforma. Simplemente no ha dejado debilitar. No sabe hacer más que obedecer a los poderes que lo colocaron allí. También es bueno recordar que estamos pagando intereses, no capital. Pero, como no se limita el crecimiento del déficit, estos intereses seguirán aumentando. En un país en la deflación, por las medidas restrictivas e inequitativas de este gobierno, con un aumento del gasto público no productivo, las consecuencias no son halagüeñas. No ver esto es de mediocres. Se aprecia que el entorno del presidente del gobierno está plagado de mediocres aparentes que no quieren ver peligrar su futuro en las estructuras por atreverse a opinar profesionalmente. Aunque no es el único entorno. Los cercanos a los líderes fuertes, aunque sean mediocres contumaces, deben asumir este síndrome o ser expulsados del Paraíso.

Tampoco se libran en las redacciones, en dónde cada vez es más inexplicable la docilidad con la que son despedidos por los recortes ejecutados en medios que están condenados a la desaparición, al menos como los conocíamos hasta ahora. La mediocridad aparente no los librará de la melancolía profesional.

Con Galileo así fue. El aparato del Vaticano no permitió que el matemático contradijese a la doctrina establecida: la Tierra era el centro del Universo. El ilustre científico demostró pese a todas las prohibiciones que no era correcta. El Sol era el centro. Como es lógico, las envidias y rivalidades lo condujeron a un tribunal de la Inquisición. El proceso de Galileo comenzó con un interrogatorio el 9 de abril de 1633. Las pruebas endebles hicieron difícil realizar una condena, por lo que es conminado a confesar, con amenazas de tortura si no lo hacía y promesas de un trato benevolente en caso contrario. Galileo acepta confesar, lo que lleva a cabo en una comparecencia ante el tribunal el 30 de abril. Una vez obtenida la confesión, se produce la condena el 21 de junio. Al día siguiente, le es leída la sentencia, donde se le condena a prisión perpetua, y se le conmina a abjurar de sus ideas, cosa que hace seguidamente. Tras la abjuración el Papa conmuta la prisión por arresto domiciliario de por vida. Recordemos que, según afirman unos y otros niegan, cuando Galileo acepta en público como error su tesis, para evitar la hoguera, que se le escuchó decir: “Eppur si muove”. O lo que es lo mismo: Y sin embargo se mueve

¿Quién o quienes quebrarán el efecto Galileo? Quienes se resistirán a aceptar el “relato oficial” ante los temores de represalias del poder constituido, pero que se revalidará, o no, en unos meses. Quienes se sobrepondrán al desencanto y a la decepción para resurgir de entre las sombras del statu quo de la Transición.

La ocasión que se presenta en la España actual es única para transgredir este principio… en materia política, social y económica… y pasar a la Historia.

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