Donde dije digo...

Cada vez que veo las noticias, o un programa de debates políticos, me enfado, mucho. Llámenme irascible, pero siempre me ha irritado que me traten como si fuera imbécil. Los periodistas simpatizantes con aquel u otro lado, procuran justificar las acciones de aquellos a los que, desde una sombra transparente, representan. Pero nada de lo que estamos viendo es justificable.

Y es que no se salva ninguno, la «maldita hemeroteca», o bendita, según se mire, nos demuestra cada día que la mayoría de dirigentes políticos de este país mienten, sin ningún pudor, para lograr unos objetivos puramente personales, olvidando los de sus partidos y, lo que es peor, arrastrando por el barro las promesas que les hicieron a sus electores.

Rajoy dice un día que se presentará al debate de investidura, unas cuantas jornadas después, confiesa que no lo hará por carecer de votos suficientes, esos que tampoco tenía en el momento de su primera afirmación. Y esto es solo lo más reciente, no voy a entrar en sus innumerables contradicciones en relación a la repugnante corrupción de su partido, me llevaría demasiado tiempo.

Sánchez, por su parte, afirmó que no trataría jamás con aquellos que desean romper España, aunque ahora, no siente vergüenza al intentar pactar con ellos para formar gobierno, a pesar de que la mayoría de compañeros de su partido lo rechazan, al igual que sus votantes, y para colmo, él se permite el lujo de hablar por ellos, asegurando que no le perdonarían que dejara escapar la oportunidad de echar al PP del gobierno, cuando en realidad lo único que le importa es llegar a ser presidente, y si para ello tiene que retorcer opiniones, propias y ajenas, pues estupendo.

Y llegamos a Iglesias, el lobo disfrazado de cordero, que está perdiendo la lana postiza con cada intervención. Su línea roja inicial era la revisión de la autodeterminación, después pasó a ser la emergencia social, razón por la que supuestamente fundó su partido. No deja de ser curioso, pues, que algo más tarde, para apoyar al PSOE, en lugar de solicitar el control de ministerios como el de sanidad, educación o trabajo, lógica propuesta bajo sus máximas de defensa del pueblo oprimido, exija sin embargo manejar el de telecomunicaciones, defensa o interior. Y va más allá, de nuevo la hemeroteca nos regala una declaración en la que afirma rotundamente que nunca formaría parte de un gobierno del PSOE, pero claro, teniendo el Vellocino de Oro al alcance de la mano, no se sonroja al pedir ser vicepresidente tras un Sánchez que considera manipulable.

Y podría seguir, entrar en mayor detalle, hablar del debate infantil de quién se sienta dónde en el congreso. Mientras España continúa sin la estabilidad de un gobierno, ellos pierden el tiempo con sandeces de ese calibre, como niños peleando por los asientos del autobús que les lleva a una excursión.

Todos, a estas alturas, nos deberíamos haber dado cuenta, de que los estupendos seres a los que votamos juegan con nosotros, continúan haciéndolo y no pararán, porque cuando logren sus objetivos a corto plazo, construirán otros nuevos, y la desfachatez nunca tendrá fin.

Pero, desgraciadamente, por lo que me enfado no es por esto. Aunque me llena de vergüenza ajena, ver a cada uno de ellos pisar sus propias afirmaciones en pos de su beneficio y pelear por ser el delegado de la clase, ya no me sorprende. Lo que me asombra sobremanera es comprobar que, a pesar de que las televisiones nos bombardean con estas perlas, las encuestas de intención de voto ante unas hipotéticas nuevas elecciones, nos ofrecen un mapa que varía muy poco el escenario de las pasadas.

¿Qué nos sucede? ¿Acaso nos hemos acostumbrado a que nos apaleen?

Como un perro maltratado y rescatado, que cree que cualquier vida que pueda conocer será igual de espantosa que la pasada, reaccionando ante cualquier humano con sumisión, parece que nosotros nos hemos habituado al modo de proceder mezquino de nuestra clase política, aceptándolo como inevitable.

No sé qué pensarán ustedes. Yo, por mi parte, cambiaré mi voto las veces que sean necesarias, nunca perderé la ilusión de ver, no sólo a un político, sino a una persona íntegra ocupar la presidencia del país al que pertenezco, aguardaré con ilusión a que esa persona ame más a su país, que a sus propias ambiciones personales… ¿Idealismo?, puede, pero no estoy dispuesta a tragar más boñigas disfrazadas de caviar.

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