Siete mil millones de sueños. Un solo planeta. Consume con moderación. Esas fueron las últimas palabras que escuché en la televisión antes de apagarla y terminar otro día más como el anterior. Pero, por alguna extraña razón, esa noche fue diferente.
Pasaron minutos, horas, llegó el alba, y yo seguía sin pegar ojo. Esas palabras me habían dejado tocado, encendieron en mí una luz que creía fundida. El problema estaba ahí, nunca dejó de estarlo: Cada día trabajaba en una fábrica que favorecía el consumo y destrozaba el planeta con sus gases carbonatados. Nos estábamos cargando el mundo. Los árboles talados dejaban huecos vacíos en la naturaleza. Debía hacer algo.