Casi cada día, en demasiadas mentes con buenas intenciones, aparece la pregunta: ¿por qué sigue habiendo guerras? Preguntas, enciendo la ironía, de hippies inconscientes, “bestias vegetarianas” que usan las pancartas para reivindicar que les quiten los derechos, pues el derecho a tenerlos impide el progreso, efectivo, de un país. Apagamos la ironía, que por desdicha no en todos los artículos de opinión existe. Continúo. ¿Guerra? ¿Por qué? Por muchos factores, tan variados y diversos que simulan una telaraña de pegajosa incomodidad, de inquietante quietud, de aparente progreso pero progresivamente aparatosa. En fin, preguntarse eso es como preguntarse si Dios existe, y seguramente tan solo Él sabrá responder a ambas preguntas. Pero es de humanos intentarlo, y por eso nunca habrá –si Dios quiere– ningún Dios.
No hace mucho tiempo pude asistir a una charla de Gabriel Ben-Tasgal, periodista y académico defensor de Israel y el pueblo judío. No se le veía tan defensor de Palestina dentro de una cadena de argumentos estrepitosamente potente. Un maestro de la oratoria, pero no de la enriquecedora, sino de aquella que hunde a su rival y sale con más orgullo y menos amigos. Todas y cada una de las bombas que Israel lanza contra las ilusiones de la palestina menos culpable son, según él, justificadas. Más allá de la barbaridad que esto puede suponer, lo que rezumó entre esas paredes y a través de su micrófono fue otra cosa: la plena carencia de empatía para/con el resto. Si es duro escuchar cómo se apoya una guerra, lleno de lógica y convicción desde la ciencia de la argumentación, es más duro apreciar el cómo se hace. Los conflictos y las guerras que suponen no son sino consecuencias de una apatía humana por el resto de su especie. Un individualismo creciente encargado de pisotear al que puede ser más débil, y si no lo es –intelectualmente- de pisarlo por medios mucho más primitivos. Si en aquel auditorio los defensores del pueblo palestino fueron despreciados por este periodista-académico, ¿cómo, consecuentemente, se va a parar una guerra en espacios donde la tensión se vive en primer plano? He de decir, a favor o en contra de todo el mundo, que ni unos ni otros se respetaron de la mejor manera deseable, si bien es cierto que la sensibilidad que llora las muertes de niñas y niños de Gaza, a veces, no puede aguantarse ante actitudes tan arrogantes, medrosas y de superioridad moral. Pero se debería escuchar, y hacerlo de verdad. Porque aquellas personas que cierran sus ventanillas para no tener que cambiar de opinión quizá se encuentren, a menudo, que las de otros están subidas, y bien selladas. Quizá es solo una falta de escucharlos, igual que un niño pequeño que llora no quiere un azote más, sino un abrazo de su madre, igual que una niña que ha roto un vaso sin querer no espera una regañina más, sino un beso de su padre. Quizá, lo que hay no son posturas inconmensurables entre sí, sino una falta, por ambas partes, de escucha y atención. Quizá todo esto sea demasiado hippie, de nuevo, pero algún paso debe ser llevado a cabo. No sé si alguien puede reparar lo ya irreparable en Oriente Medio, pero es más triste, todavía, si a miles de kilómetros de las bombas dos personas no son capaces de escucharse, de dialogar, y de comprenderse mutuamente. Si lo segundo no ocurre, difícilmente ocurrirá lo primero.
Cuando el diálogo no es diálogo nos volvemos crueles, insaciables de sed de un honor reconocido tan solo por uno mismo, y cuya moneda de cambio son las vidas de miles de palestinos. Si el diálogo no es diálogo, quién va a explicar a quién lo que significa ocupar un territorio y las consecuencias tan macabras que pueden derivar. Quién va a explicar a quién lo que es el diálogo, lo que es la paz, lo que realmente significa la guerra. Cuántas veces más se va a pretender justificar lo injustificable. Da igual quién tire las bombas, porque el que lo haga demuestra que no sabe dialogar o, al menos, se equivocó de idioma: los seres humanos, los de verdad, no entendemos el idioma de la violencia. Parad de creer que dialogáis. Parad de matar a los que no pueden ni siquiera hablar. Parad, de una vez, tan solo parad.