Coronavirus Covid-19: un huésped indeseable en la casa de mis hijos

Han pasado muchos día desde mi última publicación. La verdad es que lo he intentado varias veces sin ningún resultado. Hasta hoy. Deseo compartir con los lectores de Liverdades un tema en primera persona. Obviamente referido al argumento actual: el coronavirus.

Era un viernes por la tarde cuando me llamó mi hijo menor (26) para decirme que luego de realizarse la prueba del Covid-19 había resultado positivo. Dos días antes mi esposo y yo fuimos a cenar donde ellos. La primera reacción, sentía fuerte los latidos de mi corazón, las lágrimas amenazaban con descontrolar el equilibrio emocional que fingía demostrarle. Desde niño mi hijo padece de asma, de consecuencia pensé que el virus podría afectarle sus bronquios. “Mami no se preocupe, tengo sólo un resfriado, dolor en los huesos y no siento los olores ni sabores”, me dijo para tranquilizarme. “Y tus hermanas”, le pregunté. “Están bien, no tienes ningún síntoma”, me respondió. Mi preocupación era evidente, ellos conviven en un apartamento en Turín. Desde hace un año que inició la pandemia trabajan desde la casa y permanecen juntos la mayor parte del tiempo. Obviamente la situación no se presentaba fácil. 

La primera cosa que hice, hablar con mis hijas, confirmar que estaban siguiendo las normas preventivas: mascarilla dentro de casa, higienizar todo lo que mi hijo había tocado. Igual, el temor era presente. 

¿Y nosotros? Mi esposo debido a su trabajo debía realizarse la prueba un día después. Por fortuna resultó negativo. Yo me puse en contacto con mi médico de familia, quien de inmediato me reservó un puesto en un centro hospitalario para realizarme la prueba, misma que resultó negativa.  

A nivel informativo me considero actualizada. Pero, una cosa es leer las publicaciones diarias sobre este virus, otra es verlo de cerca, sentirlo como una amenaza latente alrededor mio y de mi familia. Confirmar que entró en la casa de mis hijos sin ninguna invitación y no obstante se sigan las indicaciones preventivas, no es para menos. 

Luego de confirmar que tenía el virus, mi hijo llamó a la oficina de salud responsable en estos casos. Una doctora le indicó los pasos a seguir, que incluyen la prueba molecular; luego habló con mis hijas para conocer su condición y confirmar la ausencia de síntomas e indicarles las normas de convivencias durante el aislamiento,  para terminar con una declaración oficial de cuarentena por contagio. 

Para bajar un poco las emociones, mi esposo los llamó y entre algunas bromas y recomendaciones se sintieron apoyados por nosotros; sintieron nuestro afecto y nuestra cercanía, a pesar que no vivimos juntos. 

Una de mis hijas estaba un poco desanimada, debido a que, durante esos días su horario de trabajo le permitiría salir de casa por las tardes. Algo que hace en raras ocasiones. “Nada mami, por el momento no se puede y me siento un poco triste. Pero, lo importante es que el virus no nos afecte a nosotras también y mi hermano se recupere sin mayores consecuencias”, me dijo. 

La otra de mis hijas, entre triste y preocupada, se limitó a apoyar a sus hermanos y a seguir paso a paso cada una de las reglas indicadas en este caso. No conforme con una simple llamada telefónica, hablaba con mis hijos a través de la videollamada cada día. Deseaba confirmar que estuvieran bien.  

Han pasado algunas semanas desde el momento del contagio. Pocos días antes los llamaron para que se realizaran la prueba, la primera para mis hijas la tercera para mi hijo. Resultado: Negativo. Me considero una persona positiva y lo negativo lo acepto con alegría sólo cuando se trata del resultado de la “no” presencia de este virus. Por los momentos me siento más tranquila, esperando que el huésped desista de su presencia indeseable. 

Tratamos por todos los medios de vivir una aparente realidad enmedio de una pandemia. Un tema del que, yo me sentía a una gran distancia cuando leía una noticia referida a este tema en otro continente. Pensaba que era una situación que afectaba a otros. No creí jamás que un día nos tocaría a nosotros. 

No basta toda la información que se tenga sobre este virus; cuando un miembro de tu familia resulta positivo el temor es inevitable. Saber cómo y dónde lo afectó, carece de importancia, al menos para mi. Lo único que cuenta es que se recupere pronto, forme parte del número de contagios y no de un paciente en un centro hospitalario. Y menos aún, de la lista de decesos. 

Sigo sensible, y no es para menos. Luego de esta esperiencia es imposible no sentirse aún más cerca de quien en este momento combate contra este virus, como paciente o como personal médico. A quienes les hago llegar mi respeto y agradecimiento sincero por la gran labor que realizan, aún al costo de sus propias vidas. 

En una aparente realidad

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