¡Con la Iglesia hemos topado!

Y entonces, llegó el día. Coges tu maleta de cabina, tu guía de Roma, y te dispones a montar en ese avión que te trasladará a otras culturas y civilizaciones antiguas. Todo el mundo te dice que es una ciudad impresionante, con tanta historia y arte junto. Realmente lo es.

Nada más comenzar a pasear te pierdes en sus cientos de callejuelas empedradas; sus incontables iglesias, sus plazas… y, de repente, te topas con ello: ahí está, El Vaticano.

Majestuoso, imponente y opulento. Símbolo y sede del catolicismo y visita obligada si vas a Roma. De puertas hacia dentro, pinturas de Botticelli, Caravaggio, Miguel Ángel y Leonardo Da Vinci. Frescos y esculturas de incalculable valor, no sólo artístico, sino también económico. Entonces entras en el museo y lo primero que encuentras es una rica colección de arte egipcio. Sarcófagos, bocetos religiosos, camafeos e incluso un cuerpo momificado. Y escuchas las explicaciones y siempre se repite la misma palabra: donado. Continúas el recorrido absorto entre tanta belleza; imágenes perfectamente conservadas, bustos, tapices… donados. Entras en la pinacoteca, ¡qué gusto para los sentidos! Y adivinad… muchos de los cuadros, donados. Y después llegas a ella, la expresión de la sensibilidad: la Capilla Sixtina. No se permite hacer fotos: para restaurar los frescos hubo que aceptar la inversión de los japoneses, que se quedaron con el copyright. Porque el Vaticano no tenía dinero. Yo, ojiplática escuchando la explicación, hago memoria recorriendo los pasillos que he visitado tan sólo hace unos minutos y pienso en el hambre que se podría paliar con tan sólo “un cachito” de todos los tesoros que ahí dentro se contienen. Y pienso… pero El Vaticano no tiene dinero.

Acabo mi visita y doy un paseo por la Plaza de San Pedro. Las estatuas, las columnas, la cúpula…y dentro, La Piedad. Y salgo pensando en que El Vaticano no tiene dinero. Y veo un Maseratti, con chófer y un “discípulo de Dios” sentado en la parte de atrás. Pero El Vaticano no tiene dinero.

De repente levanto la vista. Está anocheciendo, y a tan sólo unos metros de la Santa Sede, decenas de personas sin hogar disponen sus cartones en los soportales de alrededor de la plaza. Algunos tienen suerte: disponen de una botella de vodka y de un saco de dormir para pasar la noche en caliente. Y me voy indignada al hotel, pensando en cómo es posible que, a tan poca distancia, haya tanta diferencia. Porque El Vaticano no tiene dinero, pero sólo en 2012 las 13.700 cuentas que conforman la clientela del IOR (Instituto de Obras para la Religión), más conocido como Banco del Vaticano, ingresaron más de 6.300 millones de euros. Cuentas pertenecientes a miembros del clero, empleados y ex empleados.

Mientras pienso esto, me percato de un cartel en la calle que reza –nunca mejor dicho- que 1.4 millones de niños italianos están en riesgo de pobreza. Inevitablemente recuerdo nuestro querido Estado Español, en el que más de 1 millón de niños están en la misma situación. Pero el gobierno no es la iglesia, del gobierno ya no esperamos nada.  En cambio, de  la iglesia, en una ciudad donde en un solo año ingresa más de 500 millones de euros, esperar algo sería lo mínimo. Porque cuando de pequeño te hablan de la iglesia y sus valores no crees que jamás ésta pueda permitir que 3.300 personas sin hogar inunden los portales y las calles de la ciudad. De ninguna ciudad, pero menos aún de la que es sede. Y vuelvo a pensar en el hambre y la miseria que se paliaría con únicamente unas cuantas de esas obras que en su día les fueron donadas, y con las que día a día llenan sus arcas. Pero sólo saco una conclusión: en la casa del Señor cabemos todos, pero que cada quien duerma donde pueda

¡Con la iglesia hemos topado!

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