No soy de las mentes que piensan que porque en el pasado alguien haya dicho A, ahora debe seguir, necesariamente, diciendo A. Quien piense así, además de caer en una falacia argumentativa, detona la entrega de segundas oportunidades a personas que, como todas, siempre tendremos el derecho de equivocarnos y el deber de rectificar. No obstante, y por fortuna, no es este el caso de Ciudadanos, pues su intento por camuflarse, si es que alguna vez existió, ha sido rechazado por Albert Rivera y, seguramente, por la mayoría de su cúpula.
¿Camuflarse de qué? El término camuflarse supone que la parte protagonista emplea una estética diferente para no dar luz a quien realmente es. Hay ejemplos políticos en los últimos años que avalan esta hipótesis, llámese PSOE firmando la sucesión en el trono de un rey por otro o la cadena perpetua adjetivada con un eufemismo más que abarrotan ya los telediarios. Incluso a partidos como Podemos se le acusa de chavista, etarra y otras consideraciones más típicas de juzgados que de platós de televisión o prensa escrita pero que, por supuesto, han sido en los primeros donde se ha demostrado su inocencia y en los segundos donde se sigue pagando el precio de las infamias gratuitas.
Dentro del ajetreo rutinario de la política, casi como de la nada pero con mucha biografía a sus espaldas, salta a la escena nacional el “nuevo” partido de Albert Rivera llamado Ciudadanos. Y mi pregunta es: ¿se camufla de algo? Por suerte, y como muchos partidos de derechas, la respuesta es no. Si algo se ha de agradecer a VOX, a España 2000 o a Ciudadanos, es que la derecha no debe acomplejarse de nada, porque todas las opciones son respetables dentro del marco de la democracia. Las excepciones siempre son de los partidos grandes, de un PP que pretenden ser socialdemócrata y de un PSOE que, efectivamente, es lo que el PP de verdad pretende ser –poniendo al margen cuestiones de derechos sociales no influyentes para la Troika–. Pero no pretendo engañar a nadie tampoco: el binomio derecha-izquierda, hoy en día, ya no sirve para interpretar la realidad política a fondo, aunque sí para intuir cuáles serán las medidas y las consecuencias de políticas que tradicionalmente se han calificado como tal. En cualquier caso, usemos la palabra “conservador” o “tradicional” para contraponerla a “socialdemócrata”, sin que, a la vez, todas ellas sean incompatibles. Imposible, casi, realizar una análisis riguroso y abstracto ante tantas impurezas del lenguaje, por ello hablaré de tres ejemplos concretos, y aceptaré cualquier medida económica que no empeore la situación, pues el sueño del reparto de la riqueza ha quedado ahogado antes de hundirse el barco.
Primera cuestión: sanidad para inmigrantes
Ante la dificultad de la materia, lo primero que debería reflexionarse sería la brutal consecuencia que implica la retirada –o no concesión– de la tarjeta sanitaria a muchos inmigrantes. Existen personas que llegan a España sin papeles pero que trabajan, en A o en B, pero que aun no tienen ciertos permisos que imposibilitan adentrarse en el saco de la legalidad. Una ley injusta y un partido político que permite esa ley trae como consecuencia la muerte o sufrimiento de personas. Recordemos, además, que los trabajos en B se llevan a cabo por la permisibilidad de patronos y de clientes, que prefieren ahorrarse el IVA condenando, a corto y medio plazo, a un vacío sanitario a vidas que, mal que le pesen a algunos, son iguales que las nuestras. Por este último motivo debemos insistir en buscar más soluciones y no conformarse con el discurso hegemónico de los conservadores en Europa: primero los de aquí, después el resto. Seguimos creyéndonos fuera de un mundo que cada vez está más unido pero que separa con mayor fuerza las clases sociales y las nacionalidades. La socialdemocracia del PSOE consiguió la sanidad universal, la de verdad, y demostró que es posible. Me imagino ese modelo junto con una verdadera regeneración democrática-económica para, al menos, no rendirme en la lucha racista y antisolidaria que sigue imperando en la ideología de muchos partidos. No se trata de ser realistas o no, se trata de conocer la realidad de sociedades enteras y ser comprensivos con las consecuencias que el Centro continúa exportando a la Periferia.
Segunda cuestión: libertad religiosa y eurocentrismo
Desde la formación Ciudadanos se presume de liderar la bandera de la libertad prohibiendo ciertos signos religiosos como el burka en espacios públicos. Un debate que experimentó su zénit años pasados en nuestro país vecino Francia. Seamos capaces de diferenciar la libertad religiosa y el laicismo con su antónimo en términos prácticos: eurocentrismo. Resulta curioso que llevar un burka sea un signo de opresión a la mujer pero no permitirnos ir desnudos es la expresión de la libertad de Delacroix. Entendamos que todas las sociedades tenemos grados de opresión, que no per setienen que ser negativas, y solo la abstracción del caso nos permitirá impugnar errores o no. El hecho es que la posición que eliminaría el burka en espacios públicos más que abogar por el laicismo impondría el capricho eurocéntrico. Si somos libres, seámoslo siempre, no cuando el rifle apunta del Mediterráneo para abajo o para el este.
Tercera cuestión: Cataluña y el nacionalismo
Si por algo se ha caracterizado y es el ADN de Ciudadanos, es por su rechazo al independentismo catalán. Evidentemente, en el resto de España es atractivo pues somos mayoría, pero las formas de hacerlo no puede ser avaladas por mi democracia. Cuando un partido se opone a que haya una consulta ciudadana o referéndum para conocer la opinión de un sector social, está amordazando a ese sector y al resto de país en aras de una estabilidad que no va a producirse a no ser que se libere presión de la olla. ¿Por qué seguimos viendo como negativo el hecho de opinar? Es cierto que cuando uno cree que lleva razón, no cree que deba escuchar al otro, pero en democracia escuchar y negociar es lo más importante. Si no, bienvenidos/as a la tecnocracia de la economía y de la mayoría impasible.
Conclusión final: ante todo, democracia
Es imposible juzgar un partido político por tres o más hechos, o por apenas unos años de existencia. Lo que si es legítimo demandar, es no camuflar a alguien que no desea camuflarse. No importa si es conservador o progresista, derechas o izquierdas, seguramente sea de todo a la vez. Lo que importa son hechos concretos como que (1) no intentaría desarrollar o imitar ningún modelo que permite la sanidad universal, (2) impondría el eurocentrismo cultural y (3) negaría la posibilidad de emitir oficialmente la opinión a un sector de nuestro país si considera que ideológicamente se opone a ellos. Cualquier de estas tres posturas son democráticas y aceptables, al igual que otras, pero seamos conscientes de ellas y a partir de ahí, debatamos sin complejos.
No es fácil comentar un artúculo tan prolijo. Pero un par de cosas: por un lado, soy de los que siguen creyendo que los binomios «izquierda/derecha» «conservador/progresista» «liberal/socialista» siguen siendo tan válidos como hace 50 años: ¡ahí sí que hay un camuflaje lingüistico! Y muy interesado: es el discurso de la derecha, el más interesado en decir que todo es lo mismo (esperando que solo perdure «su» relato, sobre todo gracias a los mass media, verdaderas máquinas de perversión y sumisión lingüistica: ¡imáginate, sino, la cara que pondría un soldado ruso de la segunda guerra mundial o un resistente frances del pcf si le dijeras que el es un «fascista»!)… Por otra parte: obviamente Ciudadanos es el refugio de una derecha que, com tú dices muy bien, anda camuflada. El derechón Ciudadanos se ha puesto la máscara de la indignación ciudadana por la corrupción y la crisis; pero basta olisquearle el sobaquillo para notar el tufillo neoliberal… Ahora bien, como parece que a quienes más votos quita es al PP…… Un saludo, ha sido un placer leerte. Josep turu.