El término devino en insulto, cuando se estableció que el solo paso del tiempo era señal de una mejora en la humanidad, peyorativamente se determinaba que aquellos antecesores nuestros, no eran más que seres incompletos dominados por sus instintos, sin capacidad de hacerse dueños de la naturaleza y con un raciocinio corto. Sin embargo en la Caverna platónica, surge el primer punto referencial y conceptual de lo representativo, que miles de años después sigue siendo la base de nuestro sistema democrático.
“Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz. Que se extiende a lo ancho de toda la caverna y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello de modo que tengan por estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto; y a lo largo del camino suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas (Platón- La Republica, Capitulo VII).” Como nota se comenta, la piedra basal del planteo eidético de Platón, es decir cómo llegar a lo real, a lo verdaderos, no vivir en las sombras, se expresa “Es posible salir a la luz del sol desde la cueva- en otro caso, los encadenados estarían condenados a la cautividad perpetua-, pero para ello hay que recorrer un largo y escarpado camino; cosa natural, pues si la entrada de la caverna estuviera cercana al fuego, la luz del sol que por ella penetrase haría inútil el empleo de la hoguera como medio de proyección”
Aquellos cavernícolas vivían bajo la irrealidad de las sombras, que se proyectaban tras ellos, el camino era ir hacia la luz de afuera de la misma, por más que encegueciera, o que desguareciera a quiénes, ya habían hecho, para mal o para bien, sus vidas irreales o proyectadas en la caverna.
Y en la representación política de la actualidad ocurre el mismo fenómeno, pues los representados, vivimos en las sombras de lo que hacen o dejan de hacer nuestros representantes, que en verdad ni siquiera están afuera de la caverna con la luz real, sino detrás nuestro, haciéndonos creer que están adelante.
Por tanto, no hay partidos, no hay proyectos de gobierno, no hay actitudes de lealtad, no hay principios, reina la anarquía conceptual en la esfera política. El río, aquel de la primera aporía entre Heráclito y Parménides, no tiene rumbo, por un momento va para un lado, al instante, va para el curso contrario. No hay quién pueda diagnosticar, razonablemente, que sucederá de aquí a un par de días. No ya, con respecto a la economía, a las políticas a implementar y demás, no hay brújula, posible, para aventurar con aplomo, que ocurrirá con las decisiones, que tomen o dejen de tomar, los pertenecientes a la afamada clase dirigente.
Caemos en la cuenta de que el sistema en sí mismo nos devuelve su representatividad como problema, un problema que no es actual ;“Las democracias principalmente cambian debido a la falta de escrúpulos de los demagogos; en efecto, privado, delatando a los dueños de las fortunas, favorecen su unión (pues el miedo común pone de acuerdo hasta a los más enemigos) y en público, arrastrando a la masa…Otros cambios conducen de la democracia tradicional a la más moderna; pues donde los cargos se otorgan por elección, no a partir de las rentas, y los elige el pueblo, los aspirantes, con su demagogia, llegan hasta el extremo de decir que el pueblo es señor incluso de las leyes. El remedio para que esto no suceda o para que suceda menos, es que las tribus designen a los magistrados y no todo el pueblo” (Aristóteles- Política,Capítulo V)
Este remedio quizá ya fue proporcionado por nuestros gobernantes, y nosotros los cavernícolas, los que no vemos la verdad, sino las sombras, creemos que elegimos, que somos parte, pero en verdad, sólo son un grupo, tribus, facciones, no todo el pueblo, que casualmente son asimismo los que son parte siempre del poder, de los que toman las decisiones, los que nos dicen, que, como, cuando, y de qué forma, pensar, comunicar, sentir, para ello nos tienen en la caverna, a la que ya le hemos tomado el gusto y la comodidad, creyéndonos estar en el mejor de los mundos, el más democrático y el más aceptable de los posibles.
Sin lugar a dudas, que razonable o emocionalmente, no serán pocos los que consideren que la irrupción de nuevas fuerzas políticas, le dan un sesgo, en esta oportunidad, distintivo, que posibilite que la conformación de un gobierno representativo, que administre los intereses de los representados mayoritariamente, se pueda lograr, tras elementos simbólicos, que ya han empezado a hacer carne de lo mediático, un rastafari, una madre amamantando, lo será, en tanto y en cuanto, pueda sortear lo siguiente:
Como diría Martín Hopenhayn en Después del Nihilismo: La modernidad, con sus vientos de democracia y pluralismo, disocia el valor de la singularidad de su sesgo aristocratizante (y esto pese al propio Nietzsche). No se trata de reservarle a una elite el derecho o el poder de la diferenciación, sino de plantear la diferencia como minoritaria y plural por naturaleza, pues para afirmarse tiene necesariamente que desandar cualquier precepto canonizado de liberación y admitir la multiplicidad de perspectivas. Que sea minoritaria no le da rango de excluyente sino todo lo contrario: pone el acento de la tolerancia ante aquello que no participa de las valoraciones dominantes. Una de las conquistas mas reivindicadas por el proyecto de secularización ha sido precisamente la apertura a la disidencia y la excentricidad. En ese marco adquiere sentido la figura del señor en Nietzsche, como una voluntad que tiene la libertad interior para afirmarse pese a ser distinta, o para convertir ese pese (o pathos) en motivo de afirmación.
Transgredir el cerco del rebaño desgarra, y es un modo de morir. Pese a su costo, Nietzsche resuelve llevar esta “pulsión” liberadora que el mismo reconoce en el movimiento de secularización moderna, al enclave irreductible de la singularidad. Para ello emprende una contorsión paradójica. De una parte recupera la historia, por cuanto alii se aloja el impulso secularizador moderno que motiva la crítica exhausta de los valores. Pero en tanto movimiento de individuación se sacude la historia. No es casual que Nietzsche quiera encarnar la figura del inactual o intempestivo. “¿Cuál es, pregunta, la primera y última exigencia de un filósofo ante sí mismo? Vencer su tiempo dentro de sí, devenir ´inactual´. ¿Contra qué debe emprender su combate más duro? Contra aquello que lo convierte precisamente en hijo de su tiempo.” (Martín Hopenhayn en Después del Nihilismo)