Me desperté un poco más temprano de lo acostumbrado, me siento muy impaciente por lo que va a ocurrir durante el día. Es el momento de la verdad, tenía que matar al culpable, el asesino de mi hijo. Tenía que hacer vengar su muerte, el dolor que siente a diario en mi corazón no se ha marchado y al parecer nunca me dejará. Algunos días, ese sentimiento lo convierto en sed de venganza. Eso me ayuda a olvidar un rato que sufro, que lloro, que soy humano. Sé lo que están pensando, ¿cómo carajo se que fue él, el hijo de puta que mató a mi hijo? Fácil, él fue el único cabrón que la policía arrestó por estar con una pistola y jalar el gatillo apuntando hacia el cielo, cuando su reloj marcó las 12 en una despedida de año. Por falta de prueba, lo declararon inocente de todos los cargos, pero yo no voy a dejar que la muerte de mi hijo quede sin castigo.
Fue un domingo, como de costumbre mi esposa y yo íbamos de camino a la iglesia, le comenté a mi mujer el enojo que yo tenía con Dios por no proteger a nuestro hijo. Apagué mi vehículo en el estacionamiento de la iglesia, manteniendo mi mirada perdida.
- Tienes que aprender a perdonar, – dijo mi esposa con lágrimas en sus ojos y brindándome un beso en la mejilla, se bajó del auto.
Prendí nuevamente el carro y me marché sin avisar. Fui a buscar al infeliz que mató a mi hijo, se donde vive, reside cerca de mi casa.
Me paré a la panadería y comí un sándwich y cuando prendo el auto, me percato que no quería prender, estaba saliendo humo en la parte del motor. Llamé a un viejo amigo que tiene una grúa y me revolcó hasta el mecánico.
Escondí la pistola en el bolsillo, hasta que reconozco al hombre que había matado a mi hijo, se encontraba en la sala de espera, porque al parecer su auto también se había dañado. No se si agradecer a los demonios que me susurraban al oído, simplemente me acerqué, y cuando el hombre me mira me reconoció. El hombre se tira al suelo pidiéndome perdón y suplicando que lo perdonara sin saber que su vida estaba a punto de terminar. Lo levanté, le limpié las lágrimas, lo abracé y charlamos.
Debe ser muy difícil sentir la responsable por la muerte de otra persona. Después de arreglar el auto, fui a la playa, arrojé en el mar la pistola y a los demonios que me susurraban. Volví a sentir una paz, en medio del dolor, me imagino que esta sensación que siento, es lo que muchos les llaman el perdón.