Asomarse

La luz da calor, fabrica o alimenta la vida para todos, animales, plantas y humanos. Esta última especie, la nuestra, cuando ha extraído de la luz todo aquello que cubre sus necesidades comienza a utilizarla como si la inventara, la disfruta como si la fabricara o la reconvierte en símbolo, quizá porque necesita creer en ella. El humano es el único animal simbólico, el único que distingue netamente entre soñar dormido y soñar despierto, el único que puede saber que un sueño es un deseo incumplido, el único que intenta sustituir realidad por sueño cuando necesita expandirse, cuando su mente le indica que puede aspirar a algo más que a lo que la naturaleza proporciona.

El humano, en su evolución mental, ha conseguido iluminar los sueños transformando la materia que encuentra en la naturaleza, así ha inventado dioses, ha inventando historias que parecen imposibles y que él ha transformado en posibles, ha continuado soñando siempre con el fin de que su camino siga teniendo la apariencia de la infinitud.

Un día uno se asoma a una de las galerías de un famoso museo y encuentra allí el rastro de la luz humana transformada en símbolo, y tiene la suerte de poder captarlo con su cámara y de poder ofrecerlo a los amigos que se acercan a los sueños de uno, a sus jugueteos con la luz y las palabras, a sus recuerdos de los símbolos y a su celebración por no saber dónde termina la luz del sol y dónde empieza la luz soñada por el humano.

Y uno termina por creer, como si tuviera fe, que la luz es un regalo recogido por la inspiración de algunos humanos y transformado de generación en generación en recuerdo de lo posible, eso que nos despierta cada día y da sentido a las duras y asépticas llamaradas que el Sol envía a la Tierra.

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