Estamos más que acostumbrados a escuchar a toda la ciudadanía que lo que afea el mundo son las guerras y la muerte. Pero, ¿realmente es eso? Yo, mojándome más que de costumbre, diría que es el egoísmo, claramente llevado a su mayor extremo. Así pues, puedo decir sin ningún reparo que vivimos en un planeta tremendamente injusto y controlado por unos pocos, cosa que muchos menos aún conocen. Es por eso que decido escribir ahora, aún a pesar de lo que pueda ocurrir.
El primer tema a tratar es la conocida “obsolencencia programada”, ese momento en el que todo aparato electrónico deja de funcionar de forma previamente coordinada por la multinacional que lo fabricó. No es casualidad que todos los fabricantes de dicho tipo de productos recomienden comprar uno nuevo, favorecen al consumo y su enriquecimiento, lo cual, a su vez, se ve favorecido a causa de los medios de comunicación, los cuales lo apoyan -de forma subliminal, claro-, y los gobiernos, que, con un poder legitimado por el pueblo consumista, crean leyes de mercado muy poco o nada restrictivas con este fenómeno. Esta permisividad por parte del poder da lugar a la creación de cárteles y monopolios u oligopolios, que fomentan la desigualdad social de manera encubierta y que, curiosamente, son fácilmente aceptados por la sociedad hasta el punto de necesitarlos para vivir, lo cual es causado gracias a la incipiente publicidad y la misma aceptación por los expertos en el tema -los ingenieros-, que la imparten como materia de su estudio. Ejemplo claro de esto es Phoebus, distribuidor mundial de bombillas e “inventor” del monopolio y la obsolescencia programada.
En segundo lugar, se trata el tema de los préstamos bancarios y los avales, económicamente hablando. Esta práctica, iniciada en la Edad Media, beneficia enormemente a aquellos que ya tienen un cierto capital, el cual se traduce en poder de decidir si prestar o no. Utilizando los intereses y los avales, el poderoso siempre sale ganando, pues puede recibir más dinero del que prestó o algo con un valor superior al cedido. Aún incluso recibiendo únicamente los intereses, llega el momento en que una gran parte de la población se ve empobrecida, lo que la deja sin capital y aún con la deuda, la cual se cobra con la garantía o aval. Una causa aparentemente buena acaba siendo una forma de control y de ejercicio de poder, privado. También cabe aclarar que, dicho poder, es conferido en gran parte por la ciudadanía que, en su ansia consumista, le da mucho más valor al papel moneda que al capital en sí, el cual está en casi todo momento en manos del prestamista. Si no se le diera el valor al papel moneda, este poder y control ya mencionados previamente no existirían. Estos préstamos han sido aprovechados por los poderes públicos, los cuales están más legitimados -por diferentes causas, según el espacio y el tiempo-, que favorece esta causa “altruista” a cambio de un impuesto al prestamista; es decir, utiliza el mismo método, arriesgando únicamente su reputación.
Concluyamos en unas pocas líneas: El poder es algo volátil, que debe conseguirse y mantenerse para considerarse legitimado y asentado. La mejor forma para alcanzar este objetivo es la publicidad, por parte de los medios de comunicación, o el monopolio de algún tipo -podría incluir o no violencia-, iniciado en la raíz de la cultura, la enseñanza, para que la ciudadanía interiorize esa subordinación al poder.