No vagabundees más. Porque ni vas a leer tus memorias, ni tampoco las gestas de los romanos antiguos y griegos, ni las selecciones de escritos que reservabas para tu vejez. Apresúrate, pues, al fin, y renuncia a las vanas esperanzas y acude en tu propia ayuda, si es que algo de ti mismo te importa, mientras todavía es posible.
Marco Aurelio, Meditaciones III, 14.
Quizá haga falta ver un límite. ¿Quién ha visto alguna vez algo así como un límite, un término, una línea que permite trazar, de forma clara y distinta, el paso de una cosa a su otra, a eso que dice algo así como “hasta aquí hemos llegado” o, mejor, “hasta ahí podrías llegar”?
A veces hace falta un diagnóstico para comprender la irreversibilidad de lo irreversible, de eso que es totalmente otro con respecto a lo cotidiano, que siempre está abierto al cambio, incluso al acontecimiento. Quizá en ese límite de lo irreversible podamos llegar a encontrarnos, compartiendo una certidumbre: lo único compartible de la muerte, es su irreversibilidad, su capacidad de llevar el sentido de “nunca” al absoluto en frases como “nunca volverá”. Quizás límites como estos sirvan para intentar detener el tiempo (durante algunos minutos), y mirar lo que uno ha hecho con ese tiempo que, pronto, podría acabarse.
Yun Sun Limet (Seúl, 1968) sobrevivió. Todas aquellas palabras que fijaron para ella un término, la cercanía de un final cuya lejanía depende siempre de un nuevo tratamiento, de un nuevo intento, se retiraron temporalmente ante otra de esas palabras médicas que, quizás más que ninguna otra, es capaz de reabrir el horizonte de lo posible, de la supervivencia
¿Qué querríamos decir ante el horizonte cercano al final de todos los horizontes? ¿Qué querríamos arrebatar a la irreversibilidad de la muerte, en la capacidad de lo escrito de permanecer, de seguir repitiéndose, de volverse citable y también transformable, de mantenerse tan vivo como muerto? ¿Qué hacer en ese momento en el que, por primera vez, comprendemos que no podremos hacer ya determinadas gestas, no podremos leer esos apuntes, quizá ni siquiera tendremos tiempo de escribir nuestras memorias?
Fernán-Gomez recuperaba, en La silla de Fernando (2006) una anécdota sobre Borges (cita de cita, la irreversibilidad se revuelve en su esencia): ante la cercanía de la muerte, Borges se acercaba a su biblioteca y se disculpaba ante los libros que ya no podría leer ni releer.
A veces, hace falta un diagnóstico, palabras de médico, tragar saliva y aceptar eso de lo que nos burlamos muchas veces: el destino. Sobre vivir, o sobrevivir, acerca de la vida y la vida como una superación de pequeñas cercanías a la muerte (y quizás allí cobra todo su sentido aquello del orgasmo como petite-mort, pequeña muerte del instante, y concepción del instante como muerte de sus posibilidades no desarrolladas, pequeña muerte de la potencialidad de todo instante, que se da siempre justo antes de que acontezca).
¿Qué decir antes de perder la posibilidad de decir algo más? Quizás, algo acerca del tiempo, de cómo éste ha moldeado nuestra vida, de cómo hemos tratado de arrancarle recuerdos a su paso.
Yun Sun Limet dedica su convalecencia a pensar en el tiempo, en el tiempo que ha dedicado a trabajar, escribe mails a amigos y amigas recuperando hitos en la historia del trabajo, del ocio, buscando comprender algo así como una ecuación irresoluble a la que se ve sometida nuestra libertad
Yun Sun Limet (Seúl, 1968) sobrevivió. Todas aquellas palabras que fijaron para ella un término, la cercanía de un final cuya lejanía depende siempre de un nuevo tratamiento, de un nuevo intento, se retiraron temporalmente ante otra de esas palabras médicas que, quizás más que ninguna otra, es capaz de reabrir el horizonte de lo posible, de la supervivencia:
«Remisión. Qué ganas tengo de esa palabra. Cómo me gustaría poder pronunciarla para mí. Estoy en remisión. Pero todavía no lo estoy. Me recuerda a aquel “en remisión de vuestros pecados”, devolución de la deuda, por tanto. Todo está perdonado. Y, ya ves, al decirlo se me saltan las lágrimas. Remisión. Cuando pienso en ese “Todo está perdonado”, me digo, ¿pero el qué? ¿Acaso es esta enfermedad un castigo? No, sería más bien: “Todo el bien, todo el mal, me da bastante igual”. Todo está perdonado. El perdón procede de mí. Todo el bien que me han hecho, todo el mal, lo perdono. No era nada. Era la vida. Y la vida nada vale.»
Remisión que es, también, la reanudación de la posibilidad de remitir, de volver a enviar esas cartas, de inscribir en ellas un remitente al que puedan volver cuando no encuentren destinatario.
«¿Qué es ser libre? Poder responder a las necesidades interiores. Vivir según elecciones que le dan sentido a esta vida.»
Pero Yun Sun Limet dedica su convalecencia a pensar en el tiempo, en el tiempo que ha dedicado a trabajar, escribe mails a amigos y amigas recuperando hitos en la historia del trabajo, del ocio, buscando comprender algo así como una ecuación irresoluble a la que se ve sometida nuestra libertad, ¿cómo entender una palabra como “libertad” cuando debemos conjugarla con otra como “trabajo”? Es esta búsqueda, que demuestra que la falta de horizontes no tiene por qué significar una parálisis, la que da forma, a través de estos mails, a Sobre el sentido de la vida en general y del trabajo en particular (Errata Naturae, 2016). Dos conceptos, decíamos, en irresoluble conflicto, libertad y trabajo, Limet, en el límite de todo límite, arriesga un par de definiciones:
«¿Qué es ser libre? Poder responder a las necesidades interiores. Vivir según elecciones que le dan sentido a esta vida.»
«[¿Qué es trabajar?] esta constatación terrible: pasamos más tiempo de nuestra vida con personas que no nos importan nada, o bastante poco, que no hemos elegido, que el sistema nos impone, que con aquellos que amamos, gracias a los cuales nuestra vida tiene sentido.»
La libertad es aquel continente en el que intentamos sacar algo de tiempo al resto de cosas que nos lo ocupan, la libertad como aquello que sobra, la calderilla del tiempo que tenemos que dedicar al trabajo, pero también a nuestros sueños
Aparece, entonces, esa pregunta, o esa duda, sobre el sentido de la vida como algo que trata de ser más que la dirección en la que hemos caminado.
La libertad es aquel continente en el que intentamos sacar algo de tiempo al resto de cosas que nos lo ocupan, la libertad como aquello que sobra, la calderilla del tiempo que tenemos que dedicar al trabajo, pero también a nuestros sueños (que llamamos, a veces, objetivos); libertad como un tiempo liberado del tiempo en que ocurre, como decía Cortázar, eso que ocurre todo el tiempo.
¿Será eso la libertad, lo que sobra de las obligaciones que cumplimos para sobrevivir (pero de una forma muy distinta de esa supervivencia que consiguió Limet escribiendo este libro)? Solo podremos saberlo enfrentándonos al paso de tiempo, asumiendo en él esa imposible remisión que deseamos para otras cosas, y rescatando de él, al menos, la ilusión de un sentido, de un camino dibujado con nuestras huellas.
En uno de sus mails, durante su estancia en el hospital Limet, quizás buscando un reflejo de aquello que ve pasarle a su tiempo, recupera para uno de sus amigos esta cita de Séneca, en Acerca de la brevedad de la vida:
«Haz balance, te digo, pasa revista a tus días: verás que un pequeño número, y los desechos, es todo lo que queda. […] Cada uno deja que su vida se arruine y sufre el deseo del futuro, el disgusto del presente. Pero aquel que consagra todo su tiempo al provecho personal, que organiza sus días como si cada uno fuese una vida entera, ni desea el mañana ni se amedrenta ante él.»
