La entrada de año representa para muchos espíritus esperanzadores o algún alma desesperada, la perfecta excusa a la hora de girar el timón. Solo es un día más, pero el efecto cultural que viven los días uno de enero de todos los años, en honor al dios romano Jano –dios de los comienzos y finales–, supone la recarga suficiente de ilusión para plantearnos nuevos retos. Estos atrevidos objetivos, tendrán, no obstante, tan solo dos destinos posibles: o se quedan en horizontes borrosos, o se convierten en realidad. La primera, suele ser la opción más realista, la segunda solo dependerá del esfuerzo que cada persona invierta. ¿Se cumplirán las expectativas que en este año se atisban?
A nivel personal, la respuesta no importa. Lo interesante desde el punto de vista político y social es atreverse a imaginarse un escenario con ambas opciones hechas realidad. Claro que lo personal influirá, y mucho, en lo global, pero individualmente no se cambiará nada: el cambio consiste en la confluencia individual apuntando a la misma dirección dentro de un conjunto. El año viejo, aceptamos, será aquel igual al pasado; el nuevo, el que marque la diferencia.
¿Cómo parecerá el año viejo? Es sencillo vislumbrar su contorno, silueta y hasta algo de contenido porque tener un nuevo año viejo significará continuar por la misma senda que nos trajo aquí. Un año nuevo año viejo consiste en querer seguir igual, y añado más, ante el deseo de un nuevo cambio, seguir apostando en seguir con lo mismo. Puede resultar hasta paradójico que lo nuevo se intente conquistar con lo viejo, aunque es legítimo hacerlo pues en la historia se encuentran algunas excepciones, que son tal desde el punto de vista lógico, pero reales al fin y al cabo. La transición española se enmarca dentro de esta afirmación: lo viejo trajo lo nuevo, si bien eso nuevo no fue, seguramente, lo más nuevo que podía haber existido, sin duda fue mucho mejor que lo antiguo que España tuvo que soportar durante casi 40 años. Es sospechoso que sucediera así: las mismas personas que firmaron actas de ejecución para disidentes, fueron las personas que nos trajeron la paz y la democracia más real. Lo que es evidente es que el sistema cambió, y para bien, por tanto, aunque la lógica diga una cosa, la ideología nunca debe cegarnos: esa debe ser la clave del cambio.
¿Y el año nuevo, nuevo? Un año realmente nuevo será aquel que desafíe, sin prejuicios, los paradigmas sociales y políticos en los que el país se sigue viendo envuelto año tras año. El miedo no debe cambiar de bando, el miedo debe dejar de existir. El debate vacío sobre los envoltorios de las ideas debe ser sustituido por aquel que comprenda la raíz, los procesos y las posibles soluciones de los problemas más urgentes. A nadie le importa la política si esta, venga de donde venga, no consigue que la distribución de la riqueza sea lo suficientemente justa como para que nadie deba recoger indignidad debajo de los árboles de navidad de sus casas. Quien crea que es importante descalificar al otro, ponerse encima intelectualmente, o incluso ganar más votos porque sí, como una máquina electoral más, no habrá comprendido el problema: no es hora de teorías, es hora de actuar. Actuar significa una sola cosa: analizar, consultar, legislar y solucionar. Si esto no funciona, el último verbo será “retirarse”, porque el egoísmo nunca puede flotar por encima del sufrimiento humano ajeno, y menos en tareas democráticas en su más estricto sentido de la palabra: démos y krátos.
¿Por qué necesitamos un año nuevo? Porque la obsolescencia programa –y percibida– hace años invadió las instituciones de España. Porque las sirenas de la emergencia social suenan en nuestros oídos con la suficiente fuerza como para intentar calmarlas; pero no, seguimos haciendo oídos sordos. Porque es ahora, o ahora, el nunca no existe para los que ya están, ahora, sumergidos en un mundo que no eligieron, y del que nadie les alertó. El peso del “nunca” ya no es sostenible. El año debe ser año nuevo, con rigor, porque si no, lo viejo se autodestruirá. Puede haber, y será deseable, personas nuevas, pero lo obligatorio son las ideas, los nuevos esquemas, los nuevos paradigmas autocríticos, los nuevos y más anchos caminos que nos lleven hacia un futuro, no mejor a priori, pero sí más justo, porque la justicia traerá lo mejor.
El cambio en este nuevo año está en nuestra mano y en nuestro único derecho que aun no nos han quitado. Apostemos por un nuevo año, siguiendo en las calles, y terminando en las urnas. En 2015, nos merecemos lo que queremos: ojalá queramos un año nuevo.