Anclados en los 80

Llega el sábado… quizás ya no tan ansiado como en mi época, puesto que ahora los jóvenes ya no tienen tantos problemas para salir ni para ataviarse.

Ahora los chicos y chicas visten como clones; los chicos con un falso tupé y unos estudiados posados a lo James Dean “maquinero” ( toda una falacia) y las chicas con unos pelos lacios (a cuanto más tieso mejor), con unas cintas anchas en serie, y unos mini shorts, (por supuesto, iguales todos ellos), en los que queda media nalga al descubierto, en una pésima especie de fusión entre las auténticas pin ups de los años 50, que nada tenían que ver con lo que ahora hay y las protagonistas del tan en vanguardia manga japonés ( hoy en día si no te gusta el manga no eres “cool” y por tanto no sabes nada). Eso sí… todo posado. Ninguna filosofía detrás; ninguna música detrás. Ahora todos y todas escuchan regetton o máquina estridente.

Hoy voy a hablar de una época mágica, una época llena de pasión, colorido, sombras claroscuras y romanticismo filosófico. Los años 80.

Un estallido de tribus urbanas en todo su esplendor en Europa entera, cada cual con sus características, pero todas ellas con un denominador común: la autenticidad y el compromiso manierista de dejar una imborrable huella en nuestro amado continente.

Heavys, punks, rockers, siniestros… todos con su idiosincrasia pero todos ellos  con la misma fuerza, con las mismas ganas, con el mismo motor. Cambiar el prisma de la sociedad e instaurar un nuevo enfoque social de lucha individual, que , en su esencia más nata, es la auténtica esencia del romanticismo filosófico, y si algo nos caracteriza a las personas que quisimos vivir esa época, fue precisamente el romanticismo.

Una época mítica, surgida  en una porción de España mágica, transgresora, repleta de vida interior y de tintes  Becquéricos imposible de describir en sólo un texto.

Para muchos, una moda… para otros, un movimiento, una forma de vida, una forma de ser…

Muchos la vivimos siendo niños, y crecimos viendo los fuegos artificiales de la tan ansiada movida, cerrando los ojos y levantando las manitas, soñando con que nos cayera encima un solo pedazo de ese estallido de magia, para poder ser rociados con esa autenticidad, esa locura, esa personalidad…

El primer día en que por fín tuve edad de salir, ya no eran los 80, sino principios de los 90 , pero intenté vivirlo como si fuese el auge de la movida; el primer día que pude salir a un local heavy, y después  a un local de rock siniestro  y pude ataviarme como ellos, como mis ídolos de niña… la gran Alaska (tanto con Pegamoides como con Dinarama), Europe, Loquillo o Gabinete Caligari… fue algo realmente emocionante y relevante.

El salir a la calle y ver rockabillys auténticos, con sus parejas respectivas,  heavys, punks, glams, y por supuesto no siendo todo ello exclusivo de la heteronormalidad;  por primera vez  este derecho  les era también concedido a las parejas homosexuales, con sus crestas, pelos largos y crepados y coloridos, los cuales ya no se escondían.

Luego vino Bauhaus, con un Peter Murphy que cuadraba tanto conmigo… Judas Priest, Scorpions, Motorhead, Glutamato ye ye, Sigue sigue Sputnik y también Distorsión, Código Neurótico,  Elvis, Johny Cash… todos ellos mi mundo y el mundo de muchos nostálgicos… música y forma de vivir a la que ya nunca hemos querido renunciar, ni vamos a hacerlo.

Por supuesto siempre estaban los otros; los “pijos”, que en aquella época no eran los ricos, sino todos los demás, a ojos nuestros; todos aquellos que se reían en los vagones de los metros al vernos, todos aquellos que no entendían nada y tenían el cerebro vacío.

Ahora cierro los ojos y sueño con una máquina del tiempo que nos regrese de nuevo a nuestros queridos 80… donde todo era lucha por la esencia, por respetar y ser respetado… una época en la que con poco hacíamos mucho; no teníamos dinero pero entre trapo y trapo, crepado y maquillaje, construíamos nuestra propia identidad, y lo poco que teníamos, lo ahorrábamos para comprar un disco de vinilo al mes.

Los que llevamos esa época dentro, sabemos que nos hemos quedado anclados en ella…

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