Ayer miré la película “La fragata infernal”, dirigida y coprotagonizada por Peter Ustinov. Es un hermoso testimonio, en blanco y negro, de la preocupación que algunos artistas sienten por el destino del ser humano.
Dicha película plantea el dilema entre ley y justicia y termina con esta reflexión: la ley perdurará en tanto perdure la mente humana; la justicia existirá mientras exista el alma. Después de ver el fatal desenlace de la aplicación de la ley, quedamos con un amargo sabor de boca, un sinfín de dudas y mucha rabia. El capitán del barco aplicó la mente – la ley – y perdió el alma; el marinero ejecutado habló con el alma – dijo siempre la verdad – y perdió la vida. Es mejor lo segundo que lo primero, pero lo que uno desearía es salvar a quienes perdieron la capacidad de amar.
El marinero ahorcado quería a todos los miembros de la tripulación con un amor puro e ingenuo, sin ironía. ¿Por qué tuvo entonces que morir? Quizá porque amar es ser responsable y hacer responsables a los demás; decir la verdad, aunque cause perjuicio, y preferir la justicia a la ley, ya que la ley es cosa de los hombres y la justicia es cosa de dioses – si prefieren, de la parte de nosotros que más se acerca a la divinidad.
Cierto que no todas las leyes son injustas, ni inconvenientes. Pero el concepto de ley y de justicia me parecen opuestos en algunos sentidos. La justicia se aplica a cada caso – de lo contrario no necesitaríamos jueces ni tribunales -; la ley es uniforme, cambiante y su interpretación puede ser manipulada. La justicia es como una raíz, afianza y fructifica; fundamenta nuestras vidas. Por ello nos indignamos tanto y sufrimos cuando la vemos ultrajada. La justicia somos nosotros mismos, unidos en sociedad; la ley es un remedo, un medio, un ajuste que alguien diseñó para controlarnos, no necesariamente para gobernar mejor. La ley viene escrita; la justicia, no. Como el amor. Podemos escribir palabras de amor pero no podemos atraparlas: si nadie las lee, no valen nada. Se dan; se transmiten; se entregan: la ley se impone. La justicia equilibra y armoniza lo que se desvió del sentido común; la ley irrumpe en nuestras vidas sin quererlo.
Creo que es inútil buscar leyes justas: debemos buscar cosas más justas que la ley. Un acto debe ser juzgado por sus consecuencias y sus causas, no en sí, sin más.
Toda agrupación humana ha conocido la figura del juez y del juicio pero no necesariamente de la ley escrita, codificada en términos ininteligibles para un ciudadano de a pie. Me temo que esta se está convirtiendo en un escándalo de partidismos. Y el imperio de la ley difícilmente traerá un gobierno justo. Del mismo modo que un padre tirano exige respeto a unas normas inflexibles, una sociedad brutal pide que se respeten sus leyes al pie de la letra. Eso es venganza, el nombre del barco en donde el Ustinov de la película murió: “Vengeance”.