Han llegado las tinieblas, ellas me empujan, pues parecen no querer que me eleve. Su oscuridad me embarga y no quiere liberarme. Veo sin ver por mis ojos cegados por la niebla.
Una muñeca, en brazos de la muerte, que no deja de respirar, que no se deja vencer. Paralizada físicamente, pero no muerta, ni rota, no todavía, o lo estoy y esto es el infierno porque las llamas abrasan mis pulmones.
Pero su hechizo debe ser resquebrajado, así que rompo su abrazo de hielo y lo hago. Me alejo.
Sin embargo, parece llamarme. Quiere vuelva, pero su canto de sireno, cada vez se oye más lejano. Al momento, nuestro lazo se deshilacha hasta dejar de sentir quemaron en mis entrañas y es, entonces, cuando me elevo, impulsada por una fuerza nacida de mi, hasta la superficie.
El peso que me mantenía paralizada se levanta de mi pecho y como un resorte abro los ojos. Los primeros rayos de sol entran por mi ventana.
Sonrió, porque soy libre.