La noche del 25 de mayo de este 2014 va más allá de números y especulaciones de siglas. Esas antiguas estampas, selladas a fuego lento en nuestra cabeza a lo largo de una educación con visión de burro, se derriten ante la mirada ilusionante de la sociedad. No solo se ha trabajado de la nada contra el todo. No solo se nació sin haberse apenas gestionado. No solo ha sido un éxito sino que nadie se conforma con ese éxito: se quiere más. Porque al final se podía. Y digo al final porque la guerra ciega que los grandes partidos declararon era bien diferente. No se sabe, ni se explicará, qué ocurría con las encuestas oficiales. Seguirá sin esclarecerse el porqué de tanta censura en los medios públicos. Seguirá sin castigarse el ataque o la falta de ética periodística de aquellas personas que calumniaron contra los que querían que el poder estuviera en el pueblo. Seguirá, en definitiva pero por poco tiempo más, aplicándose lo que hasta ahora mantenía la llama viva: el juego sucio.
El proceso, el hecho, ha sido totalmente nuevo. Por primera vez en la democracia el bipartidismo se tambalea. Por primera vez, un partido abierto, con una apuesta ciudadana sin precedentes, consigue un resultado electoral significativo en un tiempo récord. Podemos, el mal llamado partido de Pablo Iglesias, ha conseguido lo que nadie nunca consiguió una vez ya la democracia empezó a rodar: volver a ilusionar. La ilusión ha sustituido a los préstamos bancarios, a la guerrilla fatua entre partidos, a la desmotivación de un groso social que se reencuentra consigo mismo. La ilusión toma el poder para plantar cara a aquellos que veían inútil el voto a los pequeños, a los que todavía no se atreven a dar el paso al cambio, a los que, en definitiva, viven en una ilusión que ya no ilusiona. No hay fiestas para el PP y el PSOE. Se avergüenzan de lo que son. No saldrán a la calle, porque la calle ya no les pertenece. Seguirán en despachos mientras la voz popular los destierra, los echa, los aparta de aquel juego al que creían que ganarían siempre.
No es un solo partido, no es un movimiento en concreto. Esa ilusión, como decía, va más allá de siglas políticas. Cuando hay ilusión, alegría, se trabaja mejor en compañía. El diálogo debe aparecer ahora. Pero no el diálogo que hemos heredado, sino el de verdad. Aquel diálogo que escucha a la otra parte e intenta aprender y mejorar. Aquel diálogo que es consciente que depende de otro para ser tal. La sed de cambio lo guiará por la buena senda, de eso hay que estar seguro. Hoy España ha expresado mucho más que enfado con el gran abstencionismo, ha planteado, ahora sí, alternativas políticas reales. No son ya mundos de yuppies ni sueños irreales. La utopía inalcanzable se metamorfosea en hecho, y aquel hecho de alternancia política empieza a vislumbrar su propia desaparición. Para ver cosas, hay que creerlas. Cuando se creen, se podrán ver. Si se cree lo de siempre, no se verá nada nuevo. Y esta vez no lo han conseguido, no han podido mantener las costuras cerradas. Había demasiada presión, demasiada voluntad, demasiadas ganas. La sociedad ha creído algo diferente, y ya lo estamos viendo. Porque al parecer, no por suerte sino por justicia, sí se podía.
Podemos decide su futuro este fin de semana entre gran expectación