Aceptemos que somos gordos y feos. Nos irá mucho mejor

La aceptación es el primer paso para cambiar lo que no nos gusta.

¿No os ha pasado que preguntáis a alguien cómo le va y enseguida cambia de tema? O contesta vaguedades como: “Bien, bien, lo normal…”; “Tirando que no es poco”; o “Luchando, día a día”. Por qué la gente no dice: “Pues me va como el culo, qué le vamos a hacer, ya lo cambiaremos…”. Nadie acepta que le vaya mal, cuando precisamente ese debería ser el punto de inicio para que todo empiece a cambiar.

Si aceptamos que algo va mal en nuestra vida sabremos qué tenemos que cambiar, si nos resistimos a aceptar que necesitamos cambios y preferimos mirar hacia otro lado, todo seguirá igual, semana tras semana, mes a mes, año a año… Aunque, por supuesto, nada en esta vida es eterno y con toda probabilidad, lo que nosotros nos negamos a cambiar, en algún momento el cambio llegará “por las malas”, nos guste o no, en forma de accidente, enfermedad, o cualquier golpe de efecto inesperado, pero eso es otro tema. Nos centraremos en la aceptación y la resistencia.

Pondré un ejemplo que todos entenderemos. ¿Cuántas veces en nuestra vida nos resistimos a aceptar que una relación se ha acabado? ¿Acaso el hecho de pelear a la contra hará que esa relación vuelva a consolidarse? Luchamos encarnizadamente contra los elementos para que las cosas vuelvan a ser como al principio, el problema es que ya no es el principio, es el final, y nos negamos a verlo. Perseguimos un imposible. Queremos que no anochezca. Que el sol no desaparezca por el horizonte, que no salga la luna, pero no lo conseguiremos. Es una batalla perdida desde el mismo momento en que comenzó el final, pero nos resistimos a aceptarlo. Quizá si dejamos que esa relación finalice y comenzamos otro momento de nuestra vida, todo vuelva a florecer. Pero para eso es necesario que pase el invierno y nos resistimos a que eso ocurra.

La aceptación es el primer paso para la transformación

La aceptación es la puerta que nos ayuda a escapar del sufrimiento y la que nos comunica con la esperanza y la ilusión. La resistencia es la rueda de hámster a la que nos subimos una y otra vez, la que nos vaticina que todo seguirá igual, que todo irá a peor, porque cada vez estamos más cansados buscando un “Deus ex Machina” que nunca aparece.

Aceptemos que algo va mal en nuestra vida y no esperemos a que la Diosa Fortuna nos saque del apuro, ni que los planetas se alineen de tal forma que mañana todo marche bien de repente, que nos toque la lotería y todo se solucione por arte de magia, o, como hacíamos de pequeños, soñar que un meteorito hacía explotar el planeta en mil pedazos para que al día siguiente no tuviéramos que hacer el odioso examen de mates…

Lamentablemente, en el 99,99% de los casos, eso no ocurrirá. Es más probable que nos caiga un rayo encima. Aceptémoslo. Nada de lo que nos ocurre cambiará si no cambiamos nosotros antes. Esa es la fórmula. Sin embargo, nosotros pretendemos lo contrario, cambiar nuestro entorno sin mover un dedo, como si no fuera con nosotros.

Aceptemos que somos gordos (pero buena gente), que somos feos (pero resultones), que somos pobres (pero honrados…), que tenemos un coche viejo (pero nunca nos deja tirados), que tenemos un trabajo soporífero que me anula (pero me paga las facturas), que tenemos una pareja insoportable (pero al menos no estoy solo), que nunca podremos ir a los fiordos noruegos (pero en el pueblo se está de muerte en verano), que en definitiva, tenemos una vida que hace aguas en muchos aspectos… (bueno, tampoco estoy tan mal, mira esos pobres que no tienen trabajo, ni pareja, ni coche y además son feos y gordos…), para comenzar a cambiarla. ¿Y cómo hacerlo? Como algún ciego dijo: “Ver, veremos”. Lo veremos en la próxima entrega.

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