“Manuel Díaz, el Cordobés, presenta una demanda de paternidad contra su (supuesto) padre”. “Abandonadas por tener Zika”.
Dos titulares aparecidos en la prensa esta semana que, a priori, no tienen nada que ver, entrañan una relación mucho más profunda que me ha hecho reflexionar sobre lo fácil que es, en la mayoría de los casos, que aquellos varones que no desean ser padres (o que no quieren ser padres de determinados descendientes) puedan escaquearse tranquilamente, mientras que a las mujeres se les juzga, culpabiliza e incluso en algunos casos se les prohíbe hacer lo mismo.
No creo que abortar sea plato de buen gusto para nadie. De hecho, me consta. Según me he ido haciendo mayor, he ido conociendo a más mujeres que en un momento de su vida tuvieron que abortar de manera “voluntaria” (en ningún caso de forma voluntaria, más bien, obligadas por las circunstancias), todas ellas por causa de fuerza mayor. Quizás para algunas personas, la fuerza mayor no es tan siquiera la salud, la integridad psíquica o física de la madre o incluso la vida. Tal vez para muchas personas, una mujer, por el mero hecho de serlo, debe cargar con la culpa y con la carga y “encararlo (al bebé) como una misión para toda la vida”. De hecho, así es como, según el diario El Mundo, explica el arzobispo de Sao Paulo, Odilo Scherer, que deben afrontar las mujeres brasileñas afectadas por la Zika el abandono de sus parejas y, por tanto, la carga de por vida de bebés con microcefalia, dado que en Brasil la legalidad del aborto está restringida.
Me pregunto quién es el arzobispo de Sao Paulo para aconsejar a estas mujeres, me pregunto si él también ha sufrido un embarazo durante el cual su pareja ha desaparecido; me pregunto si él sabe lo que se sufre al abortar o lo que se sufre al tener un hijo en esas condiciones; me pregunto si él sabe la dificultad que entraña esa decisión; me pregunto si él está dispuesto a ayudar económica y moralmente a las futuras mamás.
Pero, sobre todo, me pregunto por qué sigue siendo tan fácil para los hombres escapar de sus obligaciones paternales.
Aquí, en España, parece ser que para que una madre o un hijo puedan presentar una demanda por paternidad, para que un juez le pida a un supuesto padre una muestra biológica, los demandantes tienen que demostrar que ha existido una relación: con cartas, con testigos… ¿Es eso tan fácil? ¿Es menos padre el hombre que no ha mantenido una relación estable con la madre? ¿Una relación en la que no hayan existido mensajes de whatsapp ni testigos?
El hombre, el padre, puede desaparecer sin dejar rastro. Puede eludir su responsabilidad, aunque su hijo sea su vivo retrato. Aunque su hijo sea una persona famosa que no busca compensaciones económicas, sino reconocimiento paterno.
La mujer, la madre, se ve obligada a tener a su hijo. A mantenerlo económicamente, a educarlo. Porque, si no lo hace, es una mala madre. Una mala persona. Una arpía.
Y el hijo… el hijo siempre tiene las de perder. En el hijo, una vez que ha nacido, la sociedad ya no piensa.